en tu vida.
Y todos parecían poseerlo
pese a no hacer nada excepcional.
Me gustabas más
y también yo
porque era más imaginativa,
más lúcida, más exuberante,
más brillante.
Era lo mejor de mí, e incluso más.
Mi máquina funcionando a mil por hora.
Hoy que la vejez nos ha arrasado
desposeyéndonos
de nuestra velocidad,
la felicidad mora en cosas pequeñas (casi insignificantes)
y ambos sabemos qué somos
en la vida del otro.
Tú dejaste de ser un astro brillante
y yo, de conquistar la luz.
No me disgusta.
Quizás esto sea lo más sincero que hay en nosotros.
Nosotros sin destellos
pero son estas cosas,
y algunas otras igualmente inevitables,
las que me hacen desconfiar
de las ventajas de envejecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.