Entorno los ojos.
Aspiro.
A cada golpe de ola, distinta e irrepetible que expira
su maravillosa y única existencia al abrazar la orilla,
se esparce el frescor que eriza mi piel.
Y tú, dorada y ungida con los dones de tu nueva existencia de ídolo,
me explicas -con atrevimiento-
estas cosas y otras
igualmente imposibles.
¡Oh vanidad!
Dorada e impermeable.
¡Qué inmensa tristeza entender
la exacta geometría de todas las olas!
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