My love,
Bien sabes lo difícil que resulta educar a los pájaros.
No sé en qué momento confié en mi valía para sacar adelante semejante empresa. Es ingrata y tediosa. Uno pía a destiempo, el otro vuela bajo, paran a beber alterando la rutina durante horas ensayada o entran adelantados –apenas unos segundos- cuando despunta la mañana. Parecen desear mi cólera.
Esta jauría de tercos animales acabará con mi risa.
He pensado en cambiar de estrategia.
En pedirles que píen a sus anchas
y que vuelen sin consenso
y que sacien su sed a demanda
y que rompan sin armonía coral el silencio del amanecer.
¡Cómo para no pensarlo!
No te negaré que he hecho algunos progresos desde que inicié esta laboriosa tarea de instrucción. Nada relevante teniendo en cuenta la perfecta consonancia que deben mostrar. Esa que nos hace mirar al cielo y maravillarnos ante la ordenada estela de puntos que dibujan cuando sobrevuelan la ciudad. Pero avanzamos despacio y no sé si estaremos a tiempo de acompañar este otoño que tan tímidamente asoma a Ciudad Fragilidad.
Llevo noches sin dormir pensando que fracasaré en el privilegio que con tan altas expectativas pusieron a mi cuidado: ser la domadora de pájaros de este otoño en Ciudad Fragilidad.
Me siento celosa al ver el buen hacer de la promoción que acompaña al verano. ¡Lo hacen tan bien!
Cómo vuelan con majestuosidad y ritmo por toda la ciudad,
con qué acierto se posan al atardecer sobre el tendido de luz
o cuán delicadamente paran a beber en la fuente del Parque de la Pólvora.
Tanto me maravilla su éxito que casi te diría que temo –desesperadamente- la llegada del otoño.
¡Con lo anhelado que siempre fue para nosotros el regreso del otoño y estos indolentes pájaros aún sin aprender su magia!
Es inútil insistir my love. Claro está. Ni poeta ni domadora de pájaros en Ciudad Fragilidad.
Querida Instructora:
ResponderEliminarYa sabes, los dos tuvimos una patria y los dos la perdimos, aunque lo peor de todo es la indolencia de los pájaros. Recuerda, la indolencia.
José Cantabella