Quiero
hablarles de las librerías, de los libreros y libreras que pelean -como ocurre
en tantos otros negocios-, por ofrecer un servicio de calidad reinventándose en
estos tiempos convulsos donde la tecnología muerde con fuerza cualquier opción
al ocio que suponga un esfuerzo. Porque leer es un esfuerzo, no se confundan. Y
es un esfuerzo que se desarrolla en la intimidad. No produce un efecto
“mostrable”: no es algo que podamos colgarnos y lucir porque edifica por dentro
y esas cosas más que mostrarse de demuestran; con sutileza, en gestos pequeños
pero se demuestran. Hace muchos años, antes de que Facebook, Twitter o
Instagram arrasaran nuestras vidas, un
librero me dijo: “Si la gente pudiera mostrar los libros que ha leído como
llevan el cocodrilo de la camiseta
(entonces llevar un polo Lacoste era un signo de distinción y buen gusto),
venderíamos muchísimos más libros.” He pensado en esa charla millones de veces.
Tenía razón: vender algo que no se puede mostrar, es anacrónico a esta era, La era del postureo. Tal vez las redes
sociales han ayudado más de lo que pensamos en ese empeño por mostrar lo que
hemos leído.
Pero
insisto, quiero hablarles de las librerías, de su lucha por virar sus modelos
de negocio hacia espacios menos depositarios, más híbridos y donde se interpela
desde las mesas de novedades con discursos y propuestas que acompañan el debate
social actual. Nunca dejaron de hacerlo pero hoy, es más evidente que nunca.
Actúan con rapidez y ponderan desde sus librerías la importancia de educar el
espíritu crítico, de elaborar un discurso propio y pluridisciplinar y de
ensayar estrategias de empatía que nos pongan en la piel de otros ayudándonos a
descubrir formas diferentes de sentir y pensar.
Se habla
desde las mesas de novedades de feminismo, de la sostenibilidad del planeta, de
economía, de emprendedores, de la elección de no ser madre, de educación
emocional… Se habla y se habla con libros actuales y con fondo, con novela
gráfica y con poesía, con ensayo y con clásicos de la Literatura. Se arman discursos
que proponen abordar el feminismo desde los cinco eruros con noventa de Todos deberíamos ser feministas, de
Chimamanda Ngozi Adichie hasta la poesía completa de Alejandra Pizarnik. Son
discursos imaginativos y complejos que replican la pluralidad de sus estanterías.
Merece la pena entrar en las librerías y dejarse interpelar por sus propuestas.
Realmente es
un privilegio ese esfuerzo que hacen los libreros para exponer de modo
creativo, transversal e inteligente los libros que, de manera conjunta, unos al
lado de otros, nos permiten vestirnos por dentro. La lencería fina que nos embellece en ese ámbito que no mostramos
abiertamente pero que nos construye y reconforta.
A mí, la
lucidez ajena, me produce una fascinación tremenda, me pone las pilas. Por eso
me gustan tanto las librerías. Me gustan porque visten como nadie el interior.
Larga vida a las librerías, a los libreros y las libreras!!