La belleza nace de manos artesanas.
Es en sí. No se define por contraste con lo mediocre.
Gusta de la sencillez. Jamás comulga con profusas celebraciones ni persigue ostentosos discursos que la expliquen.
La belleza no se explica, se siente.
Viaja por tiempo y espacio, de silencio en silencio, contenida en esa intimidad que edifica su grandeza, dejando como único vestigio de su disfrute, una estela de suspiros y la simiente que la recreará de otro modo y formas.
La belleza nace en manos artesanas para habitar tierras indómitas.