martes, 24 de junio de 2014

LOS ELEGIDOS.


Tendidos en la cama,
agotados por el ejercicio del amor,
descansan nuestros cuerpos brillantes
de sudor
en la penumbra del cuarto.
Es verano,
y también en esta habitación
es verano.
Todo late prendido
de un hedor húmedo y caliente
que delata el incendio.
Te observo echado al otro lado de la cama
tras el arrebato,
y pienso en ti como en un animal que aún
no ha sido nombrado.
Tendría que decir: lobo, escorpión, gato, pezuña,
orca, escama; en una única palabra.
La bestia de brillante pelaje, amable y caliente que escupe peces por la boca al reír.
Me fascinan las bestias de morro azul como tú. 

Nos creemos elegidos, amor;
bendecidos por un Dios generoso,
pero somos animales,
como el resto de la creación: más sofisticados quizás,
tremendamente soberbios e igualmente estúpidos.
También el placer
es un rito en nosotros. Con sus heridas,
sus rutinas, sus hallazgos;
con algo sacrificado en la ceremonia.
(Tengo esa certeza:
hemos inmolado algo en esta habitación,
tan asfixiante ahora que podría ahogarme
como una polilla atrapada en un tarro de cristal).
Y si en esa evidencia albergo una sombra de duda,
está en ti, y en tus manos…
Tus manos
agarrándome por las mejillas
para enfrentar mi rostro al tuyo,
y soplar.
Como un aprendiz de Dios
que inventara con su aliento
el misterio del invierno para mí.
¡Qué osadía, amor!
Es tremendamente osado inventar inviernos
en esta cueva recién incendiada,
sitiada por una pradera en llamas, donde hoy,
un Dios arrepentido de su obra
parece querer deshacernos para luego,
volver a modelarnos
con mayor acierto.