No sé cómo explicarte que llevas las manos empapadas en sangre
y que manchas
las blancas paredes de mi habitación
cuando empujas,
con fuerza,
queriendo estrechar los muros robustos que son casa
y son refugio.
Ni sé el modo de que entiendas que arrastras los pies
al caminar por el pasillo
cuando sacas a pasear tu colección de máscaras
y representas el carnaval
para mí.
Pese a ello, es estúpido creer que no soy yo
-a veces-
sin la sangre de esas caricias
ni los surcos de tus pasos
atravesándome de arriba abajo.
Es estúpido pero sucede.
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