domingo, 29 de diciembre de 2019

EL PRIMER FRÍO


EL PRIMER FRÍO

Mi abuela canta La Tarara en la cocina.
Prepara el desayuno y menea la cadera al compás de la tonada.
Tiene la Tarara un vestido blanco
con lunares rojos para el Jueves Santo.
La observo apoyada en el quicio de la puerta.
Tengo seis años y es invierno.
Lo sé porque recuerdo ese frío.
Aún en camisón, descalza y somnolienta,
canto con ella.
Tiene la Tarara un dedito malo
que curar no puede ningún cirujano.
La Tarara si, la Tarara no,
la Tarara niña que la he visto yo.
Se seca las manos en el mandil y corre a besarme,
porque la abuela besa con las manos y los labios.
Huele a leche y pan caliente.
Aprieta mi rostro entres sus palmas
y amanece en mí la ternura.


Nadie se ha levantado aún en casa.
Somos las dos habitantes
del planeta más frágil del universo:
Las mujeres que cantan y cuidan a otros.
Disponemos el desayuno en la mesa: la leche,
el café, el pan tostado con manteca
y las migas de las gachas.
Llegan ellos, los otros: mi abuelo, mi tío, mi padre.
Comienzan a dar cuenta del festín y discuten –alborotadamente-
sobre su timba de cartas ayer tarde en el Café Gran Vía.
Amanece el frío en mí.
Lo sé porque recuerdo ese temblor y su herida.
Tengo seis años y veo por vez primera a mis lobos.
Yo os conozco, pienso.

Escucho a la abuela cantar desde la cocina,
su planeta de ternura y cristal.
Baila la Tarara con bata de cola y si no hay pareja,
ella baila sola.