viernes, 24 de marzo de 2017

456 DÍAS EN BUENOS AIRES.

Hoy sé que partiré de esta ciudad siendo más sabía que cuando llegué. Es una de esas certeza que la mente erige con arrebatadora contundencia, y nada queda al otro lado.
Es curioso, cuando llegué a Buenos Aires, el pueblo reivindicaba en las calles la defensa de la educación pública. Lo gritaba masivamente, atorando avenidas y plazas en una marcha que sumió la ciudad en un caos y la hizo -por horas- intransitable. Más aún para una recién llegada como yo.
Descuidé mis ausencias: los míos al otro lado del océano, y viví Buenos Aires con una entrega expectante y apasionada fruto de la efervescencia que latía en la ciudad.
Luego llegaste tú, dos semanas después, dispuesto a descubrir Buenos Aires por mis inexpertos ojos bonarenses. Y no deja de ser curioso también, que lo primero que vieras tras el encuentro en el aeropuerto, las tres atentas a tu llegada, fuese el Parque de la Memoria. Un recuerdo al dolor y al daño tan irreparable siempre y ahora, tan cuestionado en su derecho.
No habrá otro día en Buenos Aires tras mañana, veinticuatro de marzo. Quizás las certezas, pese a su impronta de absoluta verdad, precisen de ciertos guiños caprichosos para demostrar su natural poder providencial y luminoso. Quizás; no sé. Porque llegaste aquí y te recibió una memoria de dolor y daño frente al Río de la Plata, la misma que te despedirá mañana dando voz en las calles al silencio que te dio la bienvenida en el paseo que nombra las vidas truncadas cuando todo era horror.
Es el mismo tipo de certeza que me lleva a asegurar que partiré mañana de una ciudad que me recibió pidiendo a gritos que no usurparan su educación, siendo otra mujer distinta y mejor. Curioso, sí, ellos gritan su derecho a la educación y yo siento que parto más sabia.